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Historia de la anestesia o lucha contra el dolor (I). El descubrimiento de Narkosis

1991/05/01 Loizate, Alberto Iturria: Elhuyar aldizkaria

De la mano de Morton y operada por el prestigioso cirujano Warren, se llevó a cabo la primera operación sin dolor que permitió al paciente respirar gas éter. En él se extirpó el tumor de la mejilla al paciente que ni siquiera gestó dolor.
En el papiro que lleva el nombre del egiptólogo Smith aparece la primicia de agujas y hilo de la historia. Es de 3.000 años antes de Cristo y su autor, Imhotep, médico de los faraones. Además de médico, era arquitecto y general al mismo tiempo y era oficialmente patrón del recto del rey.

El siglo de la cirugía moderna comenzó el 16 de octubre de 1846 en el Hospital General Massachusetts de Boston. Ese día, de la mano de Morton y operado por el prestigioso cirujano Warren (delante de un grupo de médicos conocidos), se realizó la primera operación sin dolor mediante la administración de gas éter al paciente. En él se extirpó el tumor de la mejilla al paciente que ni siquiera gestó dolor.

Holmes, profesor de anatomía y aficionado a la literatura del Hospital General Massachusetts, escogió el nombre de anestesia para designar a quien acababa de encontrar. Ese año nació la narcosis o anestesia general que se obtiene a partir de sustancias químicas.

Jürgen Thorwald, H estuvo presente en este evento. En base a los manuscritos de su abuelo, St. Hartmann, afirma que la persona actual no puede parecerse al gran paso que se dio ese día.

Antes de esta fecha, la cirugía era algo terrible y terrible, y los cirujanos debían ser personas duras, acostumbrándose a los dolores y gritos de los enfermos para poder realizar su trabajo. H. Según St. Hartmann, él estuvo presente unos días antes de la operación del 16 de octubre, vio la extirpación de la lengua de un enfermo de cáncer, y en el mismo momento en que el hierro incandescente tocaba el cerro de la lengua, el enfermo murió en estado de shock en un grito de dolor. Días después, dice Jürgen Thorwald, bajo el bisturí de Warren, vi a un joven tranquilo, sin gritos y sin parar, lejos de las minas más allá de todas las medidas que tuvieron que soportar los anteriores.

Así empezó la nueva era de la cirugía, y como muchos otros descubrimientos, podríamos decir que ésta fue en cierta medida imprevista.

La historia previa a la narcosis es la pre-historia de la cirugía. La capacidad del cirujano estaba limitada por la insoportabilidad del dolor en todas las operaciones quirúrgicas. Empujado por el fantasma del dolor, el mejor amigo de la rapidez de los cirujanos de entonces. Si había que hacer cosas (y esto ocurría con frecuencia en las guerras y en los accidentes) por dolor y pérdida de sangre, las operaciones debían ser rápidas. Los cirujanos tenían gran habilidad. Por ejemplo, el corte de la pierna (operación típica de la guerra y con los avances actuales, pero más de media hora) se llevaba a cabo hace unos doscientos años en tres o cuatro minutos, y eso es lo que tenía que hacer si el enfermo saliera con vida.

El prestigioso cirujano Bertrand Gosset dijo: La cirugía es una historia de los últimos cien años que comienza en 1846 con el descubrimiento de la narcosis, es decir, con la posibilidad de operarse sin dolor. Todo lo anterior a esta fecha no es más que la noche de la ignorancia; la tentación del dolor y la oscuridad. Sin embargo, en los últimos cien años la historia ofrece la mayor visión que la humanidad conoce.

Grabado con primera anestesia general. Morton da anestesia respiratoria al paciente. Esto ocurrió en el hospital Massachussets de Boston, en 1846.

Para acudir al cirujano, el paciente tenía que estar desesperado de dolores, y los cirujanos usaban hipnosis, mucho alcohol, efecto del frío, presión nerviosa o infusiones obtenidas por cocción de hierbas, generalmente con consecuencias escasas. El medio más útil era amarrar al enfermo a su asiento o cama.

A continuación explicaremos los pasos dados hasta encontrar la narcosis. Para encontrar las primeras huellas, XVI. Tenemos que ir hasta el siglo XIX. Hacia 1540, Paracelsus, médico y alquimista suizo, donó a las gallinas un dulce aceite de vitriolo (bautizado por otro alquimista como aeter unos años antes) mezclado con comida, y descubrió que la gallina dormía temporalmente. Paracelsus luchó por la medicina clásica y defendió que, en contra de la teoría del tratamiento universal que proponía, cada enfermedad necesitaba un tratamiento especial.

XVII. En el siglo XX se conoció la evolución de la circulación sanguínea gracias a los trabajos de Miguel Servet y William Harvey. XVIII. En el siglo XX se conoció la función respiratoria y la necesidad de oxígeno para mantener la vida.

En 1800, el químico inglés Humphry Davy, atribuyó al dolor de su autoridad la inhalación del óxido nitroso o gas barrera descubierto en 1774, con una sensación especial de placer. Davy publicó también un artículo. Decía que el óxido nitroso, al parecer capaz de eliminar dolores físicos a altas dosis, podría ser utilizado en intervenciones en las que no haya una pérdida importante de sangre. La idea de Davy no la recibió nadie y él tampoco profundizó más.

Décadas después, en el año 1823, un joven médico inglés comenzó a realizar pruebas con animales debido a la insoportable carga dolorosa de sus pacientes en operaciones quirúrgicas. Para ello introducía los animalitos en el interior de la campana de vidrio y posteriormente introducía el dióxido de carbono (CO 2). De esta manera los animalitos perdían el conocimiento y era posible cortar las orejas o la cola sin signos de dolor. Pero el riesgo de muerte por intoxicación era alto con el dióxido de carbono y tuvo que descartar la idea de demostrarlo en los seres humanos. De ahí a utilizar otros gases, pero Hickmann no lo dio.

Hoy sabemos si el Crawford W, médico de Georgia. Long, en 1842, hizo respirar el éter varias veces sin dolor a sus pacientes para realizar pequeñas intervenciones. La idea del éter la dio un paciente suyo, James Venerable, que tuvo que operarse a menudo por los tumores del cuello. Venerable y otros jóvenes formaban fiestas y, en lugar de emborracharse de alcohol, se emborracharon con etarras. El doctor Long bebía mucho alcohol para tranquilizar a sus pacientes y, como a Venerable, se le ocurrió que era más cómodo darle el éter que el alcohol convencional. Y aunque los resultados fueron buenos, no se dio cuenta de que aquello era un gran descubrimiento.

Dibujo previo al descubrimiento de la anestesia. Al paciente se le está cortando el brazo.

Un par de años después, el Dr. Smile de Nueva Hampshire, un sacerdote que sufría terribles ataques de tos, por no poder retirarlos opcionalmente, le dio una mezcla de éter y opio para respirar y el sacerdote cayó inconsciente. Luego le da la misma confusión, tenía que abrir el absceso (pus o acumulación de pasmos dentro del cuerpo) y vio que la operación se hizo sin dolor. Este médico quiso seguir investigando, pero sus compañeros le subrayaron que el opio (utilizado durante miles de años) sólo se administraba en dosis mortales de anestesia. Y felicitando que sus ensayos no tuvieron un final más lamentable, le aconsejaron no utilizarlo más veces. Smile no se percató de la propiedad anestésica del éter. Para él fue un mero disolvente del opio.

Horace Wells, dentista de un pequeño pueblo norteamericano, fue el verdadero descubridor de la narcosis, a pesar de no creer en la primera prueba que hizo ante otros médicos para demostrar. Como hemos dicho antes en el éter, el óxido nitroso o el gas ridículo era un juguete para la gente en ferias y fiestas.

Horace Wells leyó en 1844 en el periódico de su localidad el siguiente anuncio: Hoy en Union Hall, espectáculo de los fenómenos que se producen respirando el protóxido de nitrógeno o el conocido comúnmente como gas barrera. Para los espectadores que quieran probar, 40 galones de gas están disponibles. Según la naturaleza de las personas que respiran, éstas cantan, ríen o pelean. Para que la exposición sea seria, sólo se permitirá respirar gas a hombres respetuosos. Precio 25 centavos.

Wells, a sus 29 años, era un conocido dentista del pueblo y sin embargo, visitó el espectáculo ambulante del gas de risa. Al ser de los que lo tienen que probar todo, respiró el gas y cuando se despertó tras una especie de borracho (como otros muchos risas, cantando y saltando) volvió al lugar de los espectadores. Después de respirar el gas como él, un hombre que saltaba en el escenario vio un golpe contra una silla en la pierna, en la tibia. Wells también notó el ruido del golpe y le pareció que rompió el hueso, pero en lugar de gritar con dolor, siguió riendo y bailando.

Entonces Wells empezó a pensar en la utilidad del gas y no quitaron el ojo a quien lo golpeó. Él, al igual que Wells, al final de la borrachera, se fue tranquilamente del escenario a su asiento. Wells se levantó y a su lado le preguntó si al golpear la silla se había hecho daño en la pierna. No sufrió ningún golpe. Wells recibió un pantalón y apareció una sangrienta herida en la pierna, una gran herida.

William Harvey. XVII. En el siglo XX se conoció la evolución de la circulación sanguínea gracias a los trabajos de Miguel Servet y William Harvey.

Después, Wells no vivía para su descubrimiento. Al ser capaz de morir respirando lo suficiente como para conciliar el sueño para el enfermo, hizo la primera prueba consigo mismo y le dijo a un compañero que sacara el diente que tenía corrupto. Fue la primera sesión de narcosis del mundo. Después de respirar más gases que nadie, y con la seguridad que circulaban en los límites de la muerte, el color blanco de su rostro se convirtió en azul morado. Los ojos permanecieron listos y quietos, dormidos profundos. Su compañero le sorprendió sin dolor.

Antes de ser exhibido en Massachusetts, utilizó 14 o 15 veces el protóxido de nitrógeno o gas barreador, y logró gran fama de realizar operaciones sin dolor en la aldea en la que vivía. Pero él quería mostrar su descubrimiento al mundo creyente de los científicos, y para ello se dirigió a Massachusetts (a mostrarlo ante la ciencia oficial) en busca de la oportunidad que tanto le costó. Para ello tuvo que utilizar todas sus habilidades, porque no le creían. También en el momento de su presentación, se le hizo una acogida irónica.

En 1845, Wells, en el Hospital General de Massachusett, expuso ante un prestigioso médico, estudiante y equipo de monitores (aunque los oídos no se lo creían) que conocían el método para realizar las operaciones bucales sin dolor. Para demostrar su descubrimiento preguntó si había que sacar algún diente. Se presentó un alumno mostrando su diente afectado. Wells le dijo que lo pusiera y le colocó un balón de goma en la boca. Abría un txotx de madera y pidió al paciente que respirara profundamente.

Después de tres o cuatro respiraciones, mientras algo se pronunciaba y el color de la cara se azulaba, se quedó dormido. Wells le metió el artilugio de extracción de dientes a la boca y con el primer tirón el paciente no disparó los dolores que todos esperaban. Pero en el siguiente tirón, el paciente comenzó a gritar y lo que al principio murió entre el público, se convirtió más tarde en risa y el dentista se retiró con vergüenza. El paciente, pese a haber lanzado gritos, aseguró después que no se acordaba de lo ocurrido.

Wells demostró bien el método en la consulta de su casa, quizá por el nerviosismo del trance sufrió algún error y le equivocó. Por eso los espectadores se hicieron pasar por una broma divertida. En aquella época, entre los médicos y cirujanos, era dogma que los actos quirúrgicos estuvieran relacionados con el dolor. Además, el concepto galénico de la enfermedad persistía. La enfermedad era un desequilibrio entre la sangre, el flema, la bilis y la bilis negra, cuatro humores del cuerpo. Y como consecuencia de ello, proponía remedios comunes y generales para todas las enfermedades: purgas, sangrados, parches y contrarrestos. Esta teoría fue un gran obstáculo para el progreso de la medicina.

Caricaturas de gas barreante, aparecidas en un periódico de entonces.

Tras ese error, el nombre de Wells se apagó hasta que fue recuperado por los historiadores de la medicina. Su compañero Morton consiguió con el gas éter el éxito que le tocaba a Wells un año después (1846).

El descubrimiento se funda en el nuevo mundo norteamericano y pronto pasa a la vieja Europa que lo consideraban un tesoro del conocimiento; a los prestigiosos Hospitales de Londres, París y Edimburgo. Hasta 1900 la anestesia no se convirtió en especialidad. Los cirujanos eran a la vez anestesistas y cirujanos. El hecho de que ocurra en Norteamérica puede deberse a su condición de precursor y a la ausencia de una fuerte autoridad médica. En Europa existía una poderosa jerarquía médica en la que no podían aceptarse terapéuticas revolucionarias.

Después descubrieron nuevos tipos de gas de narcosis, y así, cien años después, hemos llegado a nuestros días. Hoy en día operar con narcosis se ha convertido en algo tan común que no pensamos que puede ser de otra manera. Pero la operación sin dolor tiene sus riesgos. Estos riesgos fueron descritos por primera vez por el anestesista Snow en 1958. Hasta entonces se consideraba que la anestesia en sí misma no era nociva, o mejor dicho, que las sustancias utilizadas para la anestesia no causaban muerte y que las que producían la muerte eran errores humanos en su uso.

Las sustancias empleadas en la anestesia afectan a muchos sistemas y órganos. Disminuyen el funcionamiento del aparato respiratorio, disminuyen la circulación sanguínea del corazón y aumentan el riesgo de sufrir un ataque cardíaco, elevan la tensión sanguínea y dañan el hígado en altas dosis. El riesgo de muerte de la anestesia está directamente relacionado con el estado de salud preanestésico del paciente. Por ello, es difícil determinar el riesgo de la anestesia y según lo que pueda extraerse de los diferentes estudios realizados, independientemente del estado de salud de los pacientes y del tipo de anestesia general, el riesgo medio de mortalidad sería de una de cada 1.600 intervenciones.

Pero este riesgo de muerte, en buen estado de salud y sin intervención quirúrgica importante, se reduce a 1/10.000. Por el contrario, si el sujeto a anestesia general es persona con discapacidad cardiaca avanzada, el riesgo se eleva a 1/50. Pero como en todas las estadísticas, al aplicarlas a un paciente concreto no podemos saber con certeza lo que va a suceder en ese caso y por eso, para que el paciente y sus familiares entiendan, compararía la operación con un viaje en coche. Sabemos que corre peligro, pero andamos tranquilos.

En la actualidad, mediante la anestesia general se consigue, junto con la extirpación del dolor al paciente, la necesaria relajación muscular.
A. Engrosamiento

En la actualidad existen muchos medios para el control del paciente durante la anestesia y el paciente está monitorizado en todo momento por la anestesia. Sus constantes permanecen siempre controladas, hay lugares especiales para despertar, y se puede decir que las muertes son casi siempre accidentales.

En la actualidad, mediante la anestesia general se consigue, junto con la extirpación del dolor al paciente, la necesaria relajación muscular. Al conseguir la relajación de todos los músculos del cuerpo mediante sustancias relajantes, la respiración se realiza también con el movimiento muscular, por lo que los pulmones del paciente deben conectarse a un respirador artificial. Esto se consigue mediante un tubo especial que entra por la boca a la tráquea. Los pasos habituales en la anestesia general son:

  • Premedicación. Normalmente se administran analgésicos y neurolépticos, que se realizan antes de llevar al paciente al quirófano.
  • Posteriormente, mediante barbitúricos introducidos a la vena en el quirófano, se realiza la inducción y el enfermo es dormido.
  • A continuación se introducen relajantes en la vena, que hacen que la respiración se detenga. Entonces se introduce el tubo desde la garganta hasta la tráquea para mantener la oxigenación del paciente.
  • En la respiración artificial, el oxígeno puede ir acompañado de diferentes gases para mantener la anestesia, aunque el mantenimiento de la anestesia también se puede conseguir con sustancias introducidas en la vena.

Jürgen Thorwald escribió en 1956 "El siglo de los Quirófanos" y "El éxito de la Cirugía", utilizando para ello los manuscritos que le había dejado su abuelo quirurista. Su abuelo H. St. Hartmann fue un cirujano que, tras estar presente en la primera narcosis en 1846, siguió el desarrollo de la cirugía por todo el mundo. Con dinero, en lugar de trabajar en su oficio, trató de conocer de cerca los avances de la cirugía y se incorporó a conocidos cirujanos de su época, recogiendo en sus escribes lo que veía. Luego su sobrino Jürgen Thorwald, con el inmenso material de su abuelo, escribió los dos libros mencionados.

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