Riesgo subterráneo
1994/07/01 Kaltzada, Pili - Elhuyar Zientziaren Komunikazioa Iturria: Elhuyar aldizkaria
En la actualidad, el dolor y la submunición son utilizados por los ejércitos de todo el mundo en su actividad diaria, tanto en defensa como en ataque. La producción de armas de destrucción masiva es un campo que ha ido ganando fuerza año tras año, y en los últimos tiempos se ha puesto de manifiesto su hegemonía. Por lo tanto, las empresas que trabajan en el sector armero han dado prioridad a ello, y si decimos que les ha ocurrido un negocio fácil y redondo, no estamos muy equivocados. Y es que mientras el enfado de la opinión pública ha estado dirigido contra las armas nucleares, han creado paralelamente un campo tan peligroso como éste.
Según el diccionario, el dolor es un artefacto subterráneo o subacuático que puede provocar la explosión a distancia o que explota cuando alguien o algo aplastan. Si analizamos militarmente, por otra parte, nos aparece mucho más amplio el sentido del dolor; según la Junta General de Defensa de los EE.UU., cualquier conflicto bélico y todo tipo de munición que queda sin resolver una vez concluida la guerra debe ser considerado como dolor. Por lo tanto, la submunición de las mismas características que las minas es considerada como un arma de destrucción masiva.
El origen del término dolor proviene de una táctica conocida desde tiempos inmemoriales. Para llegar a las murallas del enemigo, los soldados se alejaban de las galerías subterráneas. Desde que se empezaron a utilizar la pólvora, al final de estas galerías se colocaba un explosivo que permitía acercarse a las murallas e incluso atacar.
En la Primera Guerra Mundial, el ejército alemán utilizó por primera vez el arma que puede considerarse el precursor del dolor actual. En esencia, se fijaron en las características de las granadas que usaban a mano, y de ahí surgió una arma más potente que ésta. Se colocó la espoleta de Granada hacia arriba y se colocó en el subsuelo. El objetivo era explotar al pasar por encima y aplastar los tanques y, por supuesto, acertaron de lleno.
Los dolores utilizados en la Segunda Guerra Mundial tenían un cuerpo de hierro, al igual que la granada original. A partir del año 1942, por su parte, son principalmente de vidrio, baquelita o madera para evitar detectores electromagnéticos. El sistema de estallido de minas, sumergido o enterrado, es similar en todos los casos. El dolor de explosión se produce por un pequeño toque, pero también hay mecanismos que explotan a distancia. Estos últimos se utilizan principalmente para hacer estallar minas de mar.
Aunque el objetivo original de las minas fue atacar los tanques, desde la Segunda Guerra Mundial comenzaron a proliferar los anti-soldados. Actualmente se mezclan ambos objetivos, por lo que las zonas mineras son mixtas en casi todos los casos.
Entre las submuniciones destacan las bombas de dispersión. Explotan en el aire y dispersan decenas de bombas en las proximidades; las que se hacen estallar o perduran como dolor.
Riesgo real a la vista
La importancia del dolor y las submuniciones radica en su capacidad para provocar una destrucción masiva. Y es que lanzados desde el aire o enterrados provocan más muertos y heridos que conflictos bélicos. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que la sostenibilidad aporta su valor estratégico a las armas: si se sembra en un territorio, la duración media de una mina es de 40 años. De ahí, precisamente, una de las ironías de la guerra: una vez terminado el conflicto, los habitantes continúan en situación de guerra sin poder recuperar la normalidad.
Además, el dolor y la utilización de submuniciones son muy baratos. Se puede obtener una mina por 3 dólares, mientras que su atenuación tiene un coste de casi 1.000 dólares.
Los civiles son las principales víctimas de minas. Greenpeace afirma que 800 personas mueren cada mes estupefacientes estallados por las minas que dejaron en los campos y caminos tras cualquier guerra. En la actualidad hay más de 200 millones de minas repartidas por todo el mundo a la espera de una explosión. En Camboya, por ejemplo, las minas han matado en tres años de paz a más civiles que en veinte años de guerra.
De cara al futuro, las consecuencias económicas son las más graves: la prosperidad de las tierras, el deterioro de las infraestructuras, la dependencia de la asistencia externa... y un largo etcétera. Por ejemplo, en Afganistán era capaz de producir todos los alimentos que necesitaba antes de la guerra. Actualmente depende de la importación de alimentos.
En Camboya, Nicaragua, Vietnam o Angola quizá se olviden de que la guerra acabó hace tiempo, pero tendrán que tener consecuencias largas.
“FOB El dolor Karachi tiene la intención de causar daños personales. Las investigaciones nos confirman que herir al enemigo es más eficaz que morir. Los soldados heridos necesitan mucha atención y esto dificulta los servicios de transporte y salud. Además, los heridos causan más dolor psicológico al Ejército”. EmpresaArmera de Pakistán.
“Los dolores provocan problemas para devolver a los refugiados. Condicionan el desarrollo económico, crean un caos permanente y hacen imposible recuperar el equilibrio político” Comisión de
Estado de EEUU. Informe “Asesinos Apagados”.
Brazos de la industria armera en Euskal Herria Hoy en día, el dolor y la producción de submuniciones en todo el mundo está en manos de más de 50 empresas o grupos, entre los que se encuentran Alliant Techsystems, de EEUU, Valsella Meccanotecnika (dependiente de FIAT), Italia, o Cárdos chilenos. En el País Vasco, la empresa EXPAL (Explosivos Alaveses S.A.) tiene bajo su control el dolor y la mayor parte de la producción de submuniciones en todo el Estado español. Depende del grupo ERCROS y, por tanto, estrechamente ligado al KIO cuwaitarra. Nació en Vitoria-Gasteiz en 1946 y su mejor época data de los años 60. Sin embargo, los actuales no son excesivamente malos, con una facturación anual de 10 12.000 millones de pesetas. No se puede saber exactamente cuál es la ruta de los dolores en Vitoria, ya que las operaciones económicas se realizan mediante subcontratos. Lo único que hemos podido saber en detalle es que el ejército del Estado español es el cliente más “honesto” de EXPAL. |
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