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Ecología Económica

2000/09/03 Carton Virto, Eider - Elhuyar Zientzia

Los
ecosistemas terrestres son bienes valiosos y bien gestionados pueden ser sistemas muy productivos. Nos suministran productos básicos, realizan procesos imprescindibles para la vida y los seres humanos pueden disfrutar de su belleza y tranquilidad. Además, son la base de la biodiversidad del planeta. Desgraciadamente, en comparación con otros bienes, los ecosistemas no se entienden bien, se investigan poco y dependen de una rápida degradación. La importancia de los servicios que ofrecen a menudo se valora cuando los ecosistemas han desaparecido.

Esta actitud está cambiando en países como Australia y Costa Rica. El pasado mes de mayo la compañía australiana Earth Sanctuaires fue la primera compañía en cotizar en bolsa por la conservación. La compañía adquirió tierras y recuperó la flora y la fauna autóctonas, que ahora les reporta beneficios turísticos ecológicos. Lograron modificar las leyes que establecen el valor de los bienes y declarar como bienes a las especies animales que los albergan.

Desde 1997 el Gobierno de Costa Rica paga con dinero los servicios prestados por los ecosistemas: captura de dióxido de carbono por las plantas, protección de los ríos y la biodiversidad o preservación de la belleza del paisaje. El dinero se paga a los propietarios que cuidan sus tierras y ha supuesto una mayor protección y recuperación de los ecosistemas. Los pagos se obtienen de impuestos sobre los combustibles fósiles y de créditos de carbono vendidos a varias naciones europeas. Estas iniciativas gubernamentales han contado con el apoyo de científicos e industrias.

¿Cuánto precio?

Con el objetivo de controlar las inundaciones, filtrar el agua, asegurar la fertilidad del suelo, estabilizar el clima o el disfrute del ser humano, los ecosistemas se están protegiendo y recuperando a lo largo y ancho de todo el mundo, desarrollando nuevos mecanismos económicos. Hemos empezado a poner precio a la naturaleza; dar valor económico y pagar a lo que hasta ahora se tomaba a cambio. Las industrias madereras, por ejemplo, tendrán que cambiar las funciones ecológicas que no cumplirán los árboles que cortan.

Antes de poner el importe hay que establecer cómo el ecosistema genera servicios y cómo interacciona entre ellos. Para empezar, es imprescindible contar las fuentes de los servicios ofrecidos por el ecosistema y los consumidores. Para ello hay que tener en cuenta los servicios que el ecosistema concreto ofrece al lugar, a la región y al planeta. El control de los mosquitos, la contribución a la prevención de inundaciones o la estabilización del clima redundan en beneficio local, regional y planetario, respectivamente, y todos estos servicios deben ser valorados económicamente. Pero decir es más fácil que hacer.

El valor de un determinado ecosistema depende de once factores. El tiempo que supone la provisión de servicios y su recuperación, por ejemplo, son puntos críticos, pero ambas características son poco entendidas y lo seguirá siendo de momento. Los ecosistemas no responden linealmente a las mezclas. En Australia, por ejemplo, aunque los campesinos no se dan cuenta, el suelo se ha salado durante décadas y ha alcanzado un nivel crítico. Con la plantación de flora autóctona se consigue reducir el grado de salinidad (beneficio), pero al mismo tiempo se reduce el caudal de los ríos (coste). Es más, cada ecosistema tiene sus peculiaridades, es decir, lo que se hace en un lugar puede no servir para nada en otro lugar. Eso es lo que ocurre en Australia. Se ha conseguido reducir la salinidad mediante la instalación de plantas en el este, pero para que este camino dé sus frutos en el oeste habría que poner una cantidad enorme de dinero. Para poder llevar a cabo la teoría y dar valor económico a un ecosistema, es fundamental disponer de información local.

Bases para la evaluación

Para empezar, a lo largo de todo el proceso de evaluación es necesario combinar el punto de vista ecológico con el económico y seguir tres pasos.

Uno: identificar todas las alternativas. El primer paso es el más importante y, a la vez, el más despreciado de todos, y muchas veces se realiza siguiendo una visión demasiado reducida. Si una ciudad quiere ampliar su sistema de tratamiento de agua, los ingenieros estudiarán los diferentes tipos de depuradoras y probablemente olvidarán las opciones basadas en ecosistemas naturales.

Dos: identificar y medir los efectos de cada alternativa, desde los inputs actuales hasta los efectos biofísicos y sociales a largo plazo. Es raro disponer de datos suficientes para realizar estimaciones precisas, pero es importante calcular las dudas y los riesgos que puede suponer el desarrollo del proceso.

Tres: evaluar cómo afectará al bienestar humano la conservación del ecosistema tal y como está o el avance en cada alternativa, tanto en el presente como en el futuro. En función de cada alternativa, los seres humanos accederán a una serie de servicios y bienes, pero también deberán renunciar a otros recursos. La afección se mide por la diferencia entre ambas vías y se utilizan unidades económicas.

Límites de la evaluación

Los ensayos de valorización del ecosistema se encuentran en la práctica con los problemas más antiguos de la economía: detectar y agrupar prioridades y manejar la incertidumbre. Todos los métodos de cálculo de valor presentan dificultades: el precio de mercado no refleja en muchas ocasiones el coste real del producto y, por otra parte, la mayoría de los servicios que ofrecen los ecosistemas están fuera del mercado. Los métodos de priorización no son válidos para calcular el valor de la tenencia de determinados bienes. En función de la diferencia de fertilidad entre tierras contaminadas y suelos limpios, se puede establecer un valor de aire limpio, pero ¿cómo se mide la satisfacción que genera mirar a la selva tropical?

Una apuesta prometedora

La validación de los ecosistemas es una guía para organizar la información y ayudar a la toma de decisiones, pero no es ni el objetivo ni el fin del camino, sino una herramienta más puesta a disposición de las autoridades. Pero para que resulte provechoso hay que ayudar a otras iniciativas: hacer una política económica adecuada y advertir al individuo del valor de los bienes de los ecosistemas. Cuando los beneficios son mucho mayores que los costes, un proyecto tiene grandes posibilidades de seguir adelante y, en ese sentido, los que antes eran erróneos a la hora de valorar los ecosistemas pueden convertirse ahora en virtudes. En cuanto a la depuración del agua, se asume que el valor de la filtración natural es el coste del filtro y, aunque su valor real es mayor, ha sido un impulso a favor de los sistemas naturales de depuración en diferentes puntos del mundo. Allí y aquí, se han dado cuenta de que la conservación y recuperación de los sistemas de depuración naturales es más barata que la construcción de depuradoras y, por encima, tiene un valor económico añadido.

También se han puesto en marcha iniciativas que tienen en cuenta la interdependencia de los servicios de los ecosistemas. Australia y Costa Rica son dos de los proyectos ecológico-económicos que nacieron con el objetivo de controlar la salinidad y capturar el dióxido de carbono de la atmósfera, pero con suerte también protegerán otros servicios que no se entienden tan bien. El eco y la demanda de iniciativas que combinan ecología, economía y sociedad son cada vez mayores. Sólo se ha abierto la huella.

Publicado en el suplemento Natura de Gara

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