Conflictos entre especies salvajes e intereses de personas
2010/04/01 Saiz Elizondo, Rafa - Itsas Enara Ornitologia Elkartearen lehendakaria Iturria: Elhuyar aldizkaria
"El insulto a San Sebastián es explicar qué es el hilo alca. ¡No sabrá!"
(Azkue'tar Dunixi, 1933: "Mi Pueblo, ayer")
"Ayer hubo un pingüino en la Concha jugando con las gaviotas"
(El Diario Vasco, diario de San Sebastián, 1987).
Es frecuente que tras proteger, preservar y ayudar a una especie anteriormente rota, vuelva a la población anterior o, incluso sin regresar, recupere la zona geográfica antigua. Es suficiente entonces que alguien considere que la situación es desproporcionada y que la especie se ha multiplicado enormemente, para que los mass-media la respeten unánimemente y para que con un toque de sensacionalismo más o menos basura se extienda a los cuatro vientos, es una "especie invasora", que genera desequilibrio ecológico y que estamos a las puertas de multitud de catástrofes. A raíz de todo ello, los responsables políticos de las instituciones públicas, siempre por miedo a la opinión pública, no pierden el tiempo para demostrar que han encendido la alarma roja y que están analizando las medidas.
Uno podría pensar que se podría tener algún tipo de control sobre las especies peligrosas. Pero en Euskal Herria no tenemos león ni tigre, y la población total de bestias peligrosas presentes en nuestro territorio es: PRIMERO. Sí, sólo tenemos un oso. No parece lógico, en esta situación, tomar la decisión de destruir más que proteger la naturaleza.
Hay también especies que afectan a nuestra economía productiva y son medidas que, sorprendentemente, se han hecho con el máximo respeto. El dueño de un departamento, o de una piscifactoría, se encarga de su negocio e intenta ahuyentar a los animales lo más lejos posible, pero difícilmente puede llevar a una especie a la extinción. No tiene especial interés en la especie, sino en los ejemplares que afectan a su negocio. Productores, conservacionistas y administraciones han colaborado en numerosas experiencias de éxito para solucionar este tipo de problemas. La excepción son los insectos.
¿Y los que competimos, los que consumen los mismos recursos que queremos? Por supuesto, los cormoranes y las nutrias capturan peces; los milagros, pequeños pájaros; y los zorros, lo que pueden. ¿Es lícito luchar contra ellos, no porque nos quiten nuestra comida, sino porque encarecen nuestro entretenimiento? No debemos olvidar que estas presas que son su pasto también forman parte de la naturaleza, no tienen dueño. También los bárbaros comen hongos, los caníigos caracoles y las curvas las almejas. Los recolectores de setas, caracoles y mariscos no se quejan porque entienden que la esencia y naturaleza de la naturaleza es la misma, y se conforman con atrapar lo que pueden. Por el contrario, muchos cazadores-pescadores, a través de argumentos brutos y desproporcionados, presionan a las instituciones públicas para que actúen contra especies competidoras con cargo al presupuesto de todos. Y desgraciadamente consiguen el objetivo demasiado a menudo.
También nos dicen que gaviotas y palomas y otras muchas especies pueden transmitir enfermedades. No es mentira, por supuesto, lo que pasa es que realmente no las transmiten porque no se cumplen muchas otras condiciones. En la CAPV no ha habido grietas de aves ni ornitosis en las personas. Incluso cuando empezamos a restaurar los humedales no faltaba la idea de que acabaríamos con el paludismo, pero aquí estamos. El alarmismo simple es una tentación muy grande para algunos.
¿Qué decir de esos efectos que no nos hacen más que molestar si no hacemos daño? El oro de las palomas, el ruido de las gaviotas... Llegados a este punto, no parece que la característica de una sociedad avanzada y equilibrada comience a morir por ello.
¿Pero qué hay detrás de todo esto? Porque no hay duda de que este tipo de cuestiones han cobrado un protagonismo diferente al que hemos tenido antes. Al margen de los intereses particulares (que siempre habrá alguien dispuesto a tirar la red en aguas bravas), diría que hay desconocimiento de la sociedad. Una sociedad no determinada no tiene un criterio propio para tomar, creer o rechazar lo que se le llama, y depende de los demás. En este sentido se recogen las menciones de cabecera. Antes, el mero hecho de vivir en un lugar nos daba un conocimiento, directo o erróneo, de sus seres vivos. Eran parte de la vivencia personal. El donostiarra conocía el alca y el cegamés el buitre, aunque luego dijera que el alca no volaba y que el saí pillaba a los niños. Pero ese primer paso imprescindible fue el que se dio; luego los siguientes: educar, vestir, aprender... Para ello había estudios, libros y fuentes fiables.
Hoy en día lo que no aparece en la tele no existe. Con un poco de suerte, algunos leerán libros o la revista Elhuyar. Pero nadie sabe que lo que tenemos delante del extremo existe. Ante esta situación, primará en primer lugar la versión de lo que se hace amigo de los medios de comunicación y difícilmente será modificada por los que vengan después. Sería de agradecer, por tanto, que las instituciones públicas se dediquen únicamente a la información y a los criterios técnicos, dejando a las cuadrillas de amigos las sinceras verdades redondas y falsos letrados que se dicen en los debates de los bares, periódicos y sociedades gastronómicas, sin que se hagan suyas automáticamente. De lo contrario, pronto volvemos a convertir los alcas donostiarras en pingüinos.
Gai honi buruzko eduki gehiago
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