"Ser mujer en el sector primario y en la investigación tiene desventajas"
2019/09/06 Galarraga Aiestaran, Ana - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
Izaro Zubiria nació en Ibarguren, Gaztelu, en un pequeño pueblo rural guipuzcoano, y siempre ha vivido rodeado de naturaleza: "Por eso siempre me ha gustado la naturaleza. Además, mi padre también ha sido muy natural y me ha transmitido su afición. Desde pequeño empecé a montar a caballo y siempre hemos tenido perro, gallinas...", dice. Por lo tanto, no es de extrañar que a la hora de elegir los estudios universitarios haya optado por la opción de Veterinaria.
No se arrepiente, pero recuerda el primer golpe que recibió: "Tercero. Mi padre tenía un amigo con vacas de carne y ese verano se me ocurrió trabajar con él para estudiar el trabajo de la ganadería. Cuando fuimos a su caserío, pero enseguida me dijo que su veterinario era hombre, grande y de cien kilos; a ver qué tenía que hacer yo, siendo mujer y tan pequeña". De alguna manera, se encontró con la realidad.
El segundo golpe fue darse cuenta del escaso reconocimiento social de los estudios veterinarios frente a otros estudios: "Son estudios muy exigentes, muy exigentes, y tu responsabilidad en el trabajo también es muy alta. La gente, sin embargo, no lo ve y la profesión no está en la medida en que debería haber sido reconocida".
Sin embargo, avanzó y, al ser un poco inquieto, ya en el último año empezó a mirar qué opciones podían haber. A través de una profesora contactó con NEIKER y trabajó durante seis meses en diversos proyectos sobre alimentación animal y en el laboratorio de inseminación.
"De antemano no pensé que me hubiera gustado el mundo de la investigación. Yo quería tener una relación directa con la naturaleza y una actividad movida, y no pensaba que me hubiera gustado estar metido en un laboratorio. Pero es un trabajo muy activo, me tocó hacer un montón de trabajos y me gustó mucho”, ha reconocido Zubiria.
Una vez finalizadas las prácticas de seis meses, vio la existencia de un máster en calidad y seguridad alimentaria y pensó que, como ya tenía intención de solicitar una beca de doctorado, podría ser adecuado. “Además era tiempo de crisis y me pareció que me ayudaría a abrirme las puertas”, ha recordado.
Una vez iniciado el máster se le abrió la posibilidad de realizar el doctorado, presentándolo, y se le concedió, que quedó en primer lugar. “Me tocó la oportunidad con mucha ilusión, aunque me daba miedo meterme en una tesis. Tomaba muestras, buscaba soluciones, proponía nuevas ideas… para ello sabía que servía, pero tener tantas horas sentado delante del ordenador me daba miedo”. Sin embargo, decidió avanzar.
Buena parte de la tesis iba a llevarse a cabo en el establo de la Escuela Agraria Fraisoro con vacas, y la primera vez la tomaron con dudas, pensando que no tenía un perfil de establo.
Sin embargo, entre las prácticas y la tesis trabajó en un establo de Vitoria-Gasteiz, como peón, destrozando vacas… Era un trabajo duro y mal pagado, pero aprendió mucho, y le resultó muy útil para diseñar ensayos, desenvolverse en el establo y tratarlo de frente con los baserritarras: “Cuando vieron que sabía hacer las tareas del establo, cambiaron de actitud y me ayudaron mucho”. Él tampoco se limitó a realizar trabajos de investigación, sino que también realizaba trabajos de caserío. “Al final, el trabajo de peón ha sido clave en mi vida profesional, porque me ha permitido comprender a los baserritarras, colaborar con ellos y hacer amigos”.
Ser madre, doble pena
Nada más iniciar los ensayos de la cuadra tuvo una sorpresa: se enteró de que estaba embarazada. Ambos decidieron con ilusión que sería su madre. Entonces recibió otro gran golpe: al estar con la beca no le correspondía el permiso de maternidad. Podía haber disfrutado de una suspensión de hasta seis meses sin sueldo.
Ante esta injusticia, no se resignó y trabajó hasta el último día de su embarazo. Al nacer el bebé, con la ayuda de su director, de sus allegados y, sobre todo, de su pareja, regresó inmediatamente al trabajo por no interrumpir la beca. Esto llevó a la maternidad a vivir con un sabor agridulce, ya que al cambio y esfuerzo que supone la llegada de un niño, sobre todo en los primeros meses, se añadía el del trabajo. Además, tuvo que escuchar comentarios de la gente al descubrir la implicación total de su padre y el vacío de su madre: “En ese momento mi padre pasaba más tiempo con su hija, lo veían en la calle y me lo indicaban. La sociedad no está acostumbrada a esa imagen, pero yo no me sentía bien al oírla”.
El Puente dice claramente: “Eso le pasa a un chico y no pasa nada. Iba a ser padre, seguiría trabajando como estaba antes y listo”.
Terminaba el segundo ensayo y se sentaba delante del ordenador. Pero desde una cooperativa agraria le ofrecieron trabajo para llevar a cabo la alimentación animal y aceptó el trabajo. Tuvo un segundo hijo y logró desarrollar proyectos de I+D y cooperación. En ese momento tuvo conocimiento del certamen CAF-Elhuyar y decidió presentar un trabajo. A pesar del trabajo que le dio la redacción del artículo con todo lo demás, cree que mereció la pena. Ganó el premio especial NEIKER.
“Me dio mucha alegría. Sentí que finalmente recibí el reconocimiento que me merecía por todo el trabajo realizado”, ha señalado Zubiria. Es más, el premio también ha sido un acicate para retomar la tesis. “Soy partidario de terminar los iniciados, pero no he tenido la suficiente ilusión para llevar a cabo un trabajo de estas características. Ahora sí, estoy muy activo y lo intentaré. Por lo tanto, tengo que reconocer que para mí ganar este premio ha sido un gran impulso”.
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