Proponen el camino para romper la relación entre pobreza y enfermedades mentales
2020/12/16 Agirre Ruiz de Arkaute, Aitziber - Elhuyar Zientzia Iturria: Elhuyar aldizkaria
Las enfermedades mentales afectan más a las personas que viven en la pobreza. Entre ambos factores, la relación es bidireccional: la pobreza genera problemas mentales y la pobreza. Una revisión publicada por la revista Science analiza la relación entre ambos. Según el estudio, es posible romper el vínculo entre ambos con una adecuada política de intervención. Es más, la emergencia del covid-19 ha hecho urgente una importante inversión en salud mental, ya que la pandemia ha causado excesivamente a los empobrecidos.
Para los investigadores, la clave está en comprender la relación entre la pobreza y las enfermedades mentales más frecuentes (depresión y ansiedad). Sólo a través de la comprensión de los mecanismos en los que se sustenta se podrán diseñar intervenciones y políticas efectivas para mejorar el bienestar psicológico y reducir la pobreza.
Con el objetivo de comprender esta doble dirección, los investigadores de la Universidad Harvard han analizado los resultados obtenidos tanto por los experimentos económicos naturales como por los afectados. A la hora de analizar los mecanismos a través de los que la pobreza provoca las enfermedades mentales, se han puesto de manifiesto una serie de factores: la continua incertidumbre en los ingresos suele generar estrés y preocupación, lo que puede poner en peligro la salud mental; el menor estatus social también tiene consecuencias, ya que genera vergüenza y aislamiento. Por otro lado, el hecho de que las personas con bajos ingresos residan en muchas ocasiones en zonas urbanas altamente contaminadas, además de la neurotoxicidad, pueden tener dificultades para realizar actividad física y para dormir. Además, una alimentación inadecuada derivada de la pobreza puede empeorar la salud física y producir enfermedades agudas y crónicas.
Los investigadores han destacado que la pobreza incide de manera especial en las primeras etapas de la vida. Desde el útero, el estrés y la desnutrición que sufren las mujeres embarazadas afectan directamente a su futura salud mental. A pesar del nacimiento, cuando la pobreza les afecta mientras el cerebro es muy plástico, tiene consecuencias directas en el desarrollo cerebral y en las capacidades cognitivas posteriores y en la salud mental.
Por otro lado, también se ha analizado lo contrario, es decir, el mecanismo por el que las enfermedades mentales provocan la pobreza. Se han explicado varios factores: la depresión y la ansiedad afectan a las funciones cognitivas y al pensamiento, distorsionando la memoria y la autopercepción. Esto incide directamente en la capacidad de toma de decisiones y, en consecuencia, en los resultados económicos, entre los que se encuentran la reducción de la capacidad de asumir riesgos, el altruismo y la paciencia. También pueden influir en la motivación y productividad para el trabajo, que a menudo sufren fatiga crónica y falta de concentración. Las enfermedades mentales afectan especialmente a la juventud, ya que muchas veces aparecen tanto en la educación secundaria y terciaria como en el inicio de la vida laboral, lo que dificulta enormemente el proceso de adquisición de competencias.
Transmisión generacional
La pobreza y las enfermedades mentales no sólo se alimentan mutuamente, sino que se transmiten de generación en generación, no sólo por lo que les afecta directamente, sino también por la influencia de las enfermedades mentales de los padres en el cuidado de los niños. Los investigadores han destacado la necesidad de realizar intervenciones económicas y psicológicas para detener la transmisión intergeneracional.
En cuanto a las intervenciones, señalan que por un lado hay que garantizar unos ingresos que reduzcan la incertidumbre y por otro lado hay que ofrecer apoyo psicológico. De hecho, han visto que combinando ambas intervenciones se multiplica el efecto. Consideran que es una inversión imprescindible para el futuro.
El problema es que los servicios de salud mental apenas disponen de recursos frente a los servicios de salud física. De media, sólo el 1,7% del presupuesto sanitario se gasta en salud mental. Los países más pobres están lejos de estos datos: mientras que los países ricos tienen 31 psicólogos por 100.000 habitantes, los países pobres sólo tienen 0,1 psicólogos. Por ello, en algunos países ya se ha iniciado la formación de personal sanitario no especializado a través de programas de aprendizaje de tratamientos psicológicos breves pero operativos. Han dado buenos resultados, como por ejemplo los programas de empoderamiento de las mujeres, los programas de apoyo comunitario y la organización de charlas y entrevistas sobre salud mental. En los países empobrecidos, el número de pacientes con depresión que solicitan ayuda se multiplica por 6, organizando únicamente entrevistas sobre la enfermedad. Son además acciones de bajo coste económico.
Eso sí, dicen que para que las intervenciones sean realmente efectivas es necesario realizar más investigaciones para determinar cómo y cuándo se deben llevar a cabo. Por ejemplo, en medidas para reducir los daños económicos causados por la sequía a los agricultores de Indonesia, una pequeña transferencia de dinero en la primera ola de sequía, redujo en un 18% el número de agricultores suicidados respecto a los que recibieron más tarde.
Nuevos factores de riesgo
Sin embargo, los investigadores han identificado nuevos factores de riesgo de cara al futuro: por un lado, la emergencia climática ya ha comenzado a afectar a la salud mental a través del exceso de calor y de los desastres naturales relacionados con el clima; la globalización y los rápidos cambios tecnológicos están afectando a las personas que viven en la pobreza, que pueden perder su trabajo por cambios en los modelos comerciales y por la automatización; las redes sociales y el acceso permanente a Internet también están afectando directamente a la salud, ya que la depresión se asocia los casos de dependencia de la de la crisis pública.
De hecho, ante el enorme número de muertes provocadas por la desesperación durante la crisis de 2008, los investigadores han expresado su preocupación por las consecuencias sobre la salud mental de la posible emergencia económica derivada del covid-19. Hace tiempo que había que priorizar la inversión en salud mental, pero ahora se ha convertido en urgente.
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